domingo, 20 de mayo de 2012

Hasta la Victoria del Amor, Siempre


El ex presidente Néstor Kirchner con Olga Arédez. La esposa del ex intendente desaparecido fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo de Jujuy y marchó todos los jueves, incluso durante mucho tiempo sola, alrededor de la plaza de su pueblo. Murió a causa de la bagazosis, una enfermedad provocada por la contaminación del ingenio.
(de Página 12, 20/05/2012)



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Cuando vi esta foto, en el Página de hoy, de inmediato pensé: ‘¡Tendría que estar, en el Salón de las Mujeres, al lado de Juana Azurduy!’


No fue una idea elaborada, razonada, sino un pensamiento instantáneo; de esos que salen del alma. 

De inmediato, esa misma librea asociación de ideas me trajo imágenes que jamás vi -en realidad, la gran mayoría de nosotros nunca las vio- de una valiente mujer solitaria, armada con un pañuelo blanco,  caminando, todos los jueves, alrededor de la plaza San Martín de su pueblo y pasando, cada vuelta, frente a la Municipalidad de la que fuera Intendente su desaparecido esposo y padre de sus hijos, Luis Arédez, como un mudo e íntimo reproche; más allá del su reclamo de Madre Fundadora -aunque ella no lo supiera, aún- por la aparición con vida de su ser querido y de los de las otras Madres de los Detenidos Desaparecidos del Departamento Ledesma-Jujuy, que se sumarían después, gracias a la lucha de Olga por recuperar la Memoria de los 30 de ‘La Noche del Apagón’. 

Finalmente, llegó mi proceso secundario y comencé a razonar. Recordé que una vez yo estuve en Libertador General San Martín o, simplemente, Libertador -o Ledesma, si se prefiere el nombre feudal- para octubre; eran las once de la mañana y la temperatura rozaba ya los 37º Centígrados y seguía en ascenso, en una región donde el mercurio suele pasar cómodamente los 45º y acercarse peligrosamente a los cincuenta, con un invierno fugaz y benigno, que no supera los tres meses y todo lo demás es verano. ¿Y e esas tardes -pensé- caminando alrededor de la plaza, sola? 

Lo que más me conmovía era la idea de la soledad; el estoicismo con que debió haber soportado el miedo que la rodeaba, las miradas furtivas u ocultas tras los visillos y los cuchicheos timoratos que cerraban el vacío abierto, más de una vez, a sus pasos, en ese ‘infierno grande’ en el que vivía, pese al casi ampuloso título ‘tercera ciudad de la provincia’. Soledad frente a las acusaciones macartistas de los autores intelectuales del terror y patrones del feudo a su Luis, por “marxista infiltrado en el peronismo” y por doctor que defiende a los pobres y sana a sus hijos; y, también, frente a las agresiones a ella y su familia, a los atropellos y las burlas de los esbirros represores, con sus consabidos motes de ‘madres rojas’ y ‘viejas locas’. 
Pero, detrás de la conmoción, detrás de la genuina emoción, percibía que había algo más, que se ocultaba de mi mismo, como un sentimiento vergonzante; y me vino a la memoria un fragmento de ‘Coplas para José’, perteneciente a un gran poeta misionero amigo mío -de esos hermanos irreemplazables que nos da la vida- que ya no está, el Turco (Miguel Ángel) Vera Azar: 

…que yo también camino 
muchas veces sin rumbo,
a veces a los golpes
y a veces a los tumbos,
que a mi también me duele
el otoño en las flores
y ver cómo la muerte
se lleva a los mejores,
que también me avergüenza
haber callado tanto 
y que por miedo a veces 
encadené mi canto… 

Y de la mano del Turquito comprendí el motivo de mi turbación, que era también la inquietud de su poesía; porque, con el Turco, éramos sobrevivientes y, para sobrevivir y continuar la lucha, forzosamente, nos volvimos clandestinos. O salimos del País o nos ocultamos o, quizás lo mas terrible, disfrazamos nuestro discurso (lo enmascaramos) y, a veces, llegamos a no decirlo, a encadenarlo. Y fuimos nuestros propios y cotidianos verdugos. 

Si bien es cierto que el miedo está asociado al instinto de supervivencia y que sólo los temerarios no lo sienten, es patrimonio de los valientes dominarlo y vencerlo. Pero cuando el valor, cuando vencer el miedo significa caminar a pleno sol, frente a los verdugos y los homicidas, frente al terror organizado, entonces, la desesperación de madre, de esposa, puede explicar el clamor, pero jamás esa ronda de pañuelos blancos alrededor de la plaza central, frente al poder; y mucho menos convocarla en soledad. 

Olga Márquez Arédez no calló, no encadenó su canto memorioso, verdadero y justo; solamente el amor puede explicar el heroísmo de ésta y las otras Madres Fundadoras. Ese amor, traducido en búsqueda de sus parejas, sus hijos y, ahora, los nietos se derramó y multiplicó en más Memoria, más Verdad y más Justicia, renegando de la venganza y el resentimiento; de cierta manera, ese amor le ha dado otro sentido a las luchas populares, en esta parte del mundo, para mejor. 

Hay un antes y un después. Donde hubo miedo, ahora hay esperanza; los viejos y los nuevos militantes de las causas populares aprendimos que nada es fácil, pero que al miedo no lo vencen el silencio y la condescendencia, sino la palabra sin cadenas, lanzada, con convicción, a los vientos de la libertad.

Corrientes, 20 de mayo de 2012.

por Eduardo Black