El pasado jueves 8 de agosto, la TV
Pública (Canal 7) emitió el último capítulo de “La Riña”, una premiada
miniserie de 8 capítulos de duración del cineasta misionero Maximiliano
González, situada en el Corrientes de 1935/36, que, junto con otras
producciones, es un fruto de los concursos federales impulsados por el Gobierno
Nacional, a través del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y
Servicios mediante el Consejo Asesor del SATVD-T, en conjunción con el INCAA y
la UNSAM, se constituyó en una verdadera bisagra; un antes y un después, en la
cultura popular de la Región.
Desde su primer capítulo, el ‘rating’ fue creciendo sin cesar; emitido
desde el lunes 29 de julio, bastante pasada la hora anunciada de las 23:30 (iba
de lunes a jueves). Crecía, pese a que su hora de inicio también lo hacía (la
segunda semana comenzó el Fútbol para Todos) y había que ‘mantenerse despierto’
para no perderse esta -valga la contradicción- gran ‘mini’serie que visibiliza
los valores y talentos escondidos en la ‘Argentina profunda’, de la que
Corrientes y el NEA todo formaron parte, trágica e indivisiblemente, con el
resto del ‘interior’ del País, durante dos siglos.
Pero, ¿por qué “La Riña”?
Como todo fenómeno sociocultural tiene que ser interpretado y explicado; y
ni sus causas, su desarrollo ni las conclusiones son unívocas. Siempre serán
plurales, provisorias y, necesariamente, incompletas.
La dirección de Maximiliano González, también autor del guión, conserva,
durante los 8 capítulos, la fluidez del relato y la coherencia en el ensamble y
seguimiento de las distintas historias simultáneas; la cristalina voz de Gisela
Méndez Ribeiro; la impecable actuación del elenco -mayormente correntino- que
ella encabeza con Luigi Serradori, Miguel Franchi, Mauro Santamaría, Luis
Llarens, Éstel Gómez y Dante Sena entre otros; la minuciosidad de la
ambientación de época, el vestuario, la formas de hablar y de interpretar
(magistralmente, por otra parte) la música; junto con la excelencia de la
fotografía, el manejo de cámara y la calidad del sonido, nos hablan de las
cualidades y calidades artísticas y técnicas de la obra de arte, que bien
podría haber sido un fresco de la época, pero que con los mismos elementos -y
modesto presupuesto- logró, a fuerza de talento y sin estridencias, crear un
clima épico, como de novela histórica.
Y no es casual que utilice el término “novela”, aplicado a un relato breve;
porque, a mi modesto entender, “La Riña” es un ‘cuento-novela’, pues posee esa extraña naturaleza ‘borgiana’ de ser una novela “compactada”
dentro del formato de un cuento, que rara vez llegaba o excedía la veintena de
páginas de extensión.
Quizás ahí esté la primera explicación del fenómeno-éxito. Con anclaje en
la historia, se desarrollan ‘nuestras’
historias imaginadas, supuestamente ficticias, de amores y odios, luchas,
abusos, injusticias, sufrimiento, muerte y esperanza, que pasaron en casas en
las que reconocemos las cocinas de nuestras abuelas y nuestras tías viejas, tan
hermosas como la música que viene de nuestras raíces, o de los sucedidos que,
por injustos, nos recuerdan que la cosa, pese al paso del tiempo, no ha
cambiado tanto, como los abusos de poder (sean estos de género o de dinero).
Queda claro que ya no es tan fácil acallarnos -y que “La Riña” exista y se
proyecte por la TV Pública es una prueba contundente de ello-, aunque animarnos
y perderle el miedo al poder, que sólo cambia de nombre, y pelear contra la
injusticia siga siendo una decisión personal y social a la vez, que solamente
hombres y mujeres de espíritu libre pueden tomar, si son capaces de perseguir
la verdad; porque sólo la verdad nos hará libres.
Pero, tal vez, encontremos otra explicación en que, en todo relato, cada
episodio -cada anécdota- esconde una parábola,
cada parábola encierra una metáfora y cada metáfora contiene un mensaje.
Y la metáfora es la substancia esencial del lenguaje de la poesía, porque es
vivencia pura y libre, despojada del corsé del tiempo y el acotamiento del espacio.
Sólo limita esa vivencia, la cantidad de experiencias personales,
individuales y colectivas, vividas; si bien se trata de un límite relativo,
susceptible de ser ampliado a través de nuestra aptitud de asumir, consciente e
inconsciente, como propios, los resultados de la transferencia y
contratransferencia de experiencias e ideas compartidas por y con otros y de
los eventos, creencias, conocimientos y mitos transmitidos por la cultura.
Desde esta óptica, pierden su sentido racional los términos ‘realidad’ y
‘ficción’; y “La Riña” convocará nuestras vivencias, rompiendo los parámetros
éticos y transformando los estéticos en impresiones y sensaciones.
Y descubriremos que esta supuesta ficción es una trampa, desde su mero
principio; ya que nos propone como “miniserie” lo que en realidad es una
película, difundida en ocho entregas; que desnuda el sentimiento popular, a
través de su música, del amor, la traición, la generosidad, las necesidades, el
abuso de poder, la violencia y la desesperación de un pueblo, cuya bravura se
destacó en infinidad de batallas perdidas, o ganadas a costa de la sangre de
los menchos; que la paciencia, la resignación y la “lealtad”, expuestas como
virtudes del correntino, son en realidad engaños de la Historia Oficial, para conformar
al orgullo del Abá y tenerlo sujeto; y que la única esperanza de vivir el amor
o de progresar están más allá. Lejos...
De la interpretación que hagamos de esa Historia vivencial dependerá que
nos predispongamos a buscar nuevos horizontes lejanos, que nos resignemos a que
“así nomá’es”, o que nos decidamos,
de una vez por todas, a tomar el destino en nuestras manos; para que no nos
pase lo peor que nos puede pasar, “arrepentirnos,
de viejos, de lo que no nos animamos hacer de jóvenes”.
Así, y sólo así, superaremos “La Riña” y la transformaremos en la gran
victoria de los correntinos, que supieron vencer a sus propios fantasmas.
Corrientes, 10 de agosto de 2013.
Si aún no la vio, o se perdió algún capítulo, puede verlos en: http://cda.gob.ar/serie/372/la-rina-